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Yonkis por diseño

Por Rodrigo Chávez

Hablar de sustancias y adicciones siempre es un poco sensible y complejo, hay quienes al abordar estos temas deciden poner el dedo juzgador en los consumidores y con cierto tejo de desprecio combinado con clasismo y racismo claman al aire que si no existiera el consumo las drogas simplemente no existirían. Un argumento por demás simplista y excesivamente complaciente al verdadero problema: El negocio de las drogas.

Las drogas son un gran negocio internacional, la venta de las mismas genera ganancias del tamaño de las generadas por empresas como walmart o facebook a nivel mundial aunque es cierto que para obtener estos números es necesario tener un mercado. Un mercado que pueda pedir el producto y que pueda, también, satisfacerlo. A todos nos queda claro que los consumidores son parte esencial de este proceso mercantil sin embargo, si queremos hablar de estas temáticas tenemos que ir al fondo y entender que no todos los consumidores son iguales.

Este not all consumidores tiene un fundamento específico en el comprender que el mercado de las drogas no solo toma como presas a los jóvenes que ávidos de aventura comienzan a entrar a estas redes ni a los consumidores lúdicos que consienten de manera libre el consumo de ciertas sustancias. El mercado de las drogas es el máximo exponente de una economía viciada y un modelo poco sostenible como lo es el neoliberalismo.

En el liberalismo tradicional un producto surge de la necesidad de cierto grupo y esta necesidad va a ser cubierta en razón de la oferta y la demanda que exista del mismo bien. Es decir, para que un mercado de drogas exista en el liberalismo clásico tiene que haber una necesidad (cuál sea) que motive o incentive a alguien a crear algo (drogas) para satisfacer esa necesidad y la producción estará limitada a cuanto los demás exijan.

En el neoliberalismo el proceso de creación no está subditado a las reglas comunes del mercado sino que el ciclo completo está alterado. En el neoliberalismo se crean un sinfín de productos que no responden a necesidades para poder especular con los mismos y de este modo ir generando un mercado “artificial”. Esta famosa idea de crear una necesidad no es más que la muestra clave de esto. Si uno desarrolla una droga tan potente como el crack pero con materiales más baratos podría entonces diseñar la forma de hacerla más adictiva que el opio para poder especular con los consumidores.

¿Hay un mercado deseando nuevas drogas? No, hay un productor dispuesto a especular con algo que no es pedido pero que es capaz de generar una necesidad insaciable que le asegure no solo ganancias casi infinitas sino un ciclo de codependencia perfecto.

La pregunta es, ¿quién está financiando estos proyectos? La respuesta es clara, los poderes, tanto el Estado como los empresarios y grandes capitales financian estas drogas. Los hilos que mueven este entramado están íntimamente relacionados a empresarios y políticos que de algún modo reciben beneficios en el tráfico, venta y creación de drogas. Es impensable que exportaciones gigantescas de cannabis salgan del país sin que nadie lo note, es imposible que cantidades tan grandes de cocaína transiten por el país sin que prenda alarmas a su llegada.Pero esto no para ahí no solo es generar drogas y tener cantidades excesivas, necesitamos consumidores asiduos a esta nueva droga y si esperamos en lo que los dealers de la esquina, que tampoco tienen la culpa de lo que estamos hablando, pongan en circulación la cantidad suficiente para hacer dinero tardaríamos años. ¿Y entonces? Entonces hagámoslo a través de otros espacios.

Nadie necesita tener más energía que las personas cuyos empleos son físicos, donde el cuerpo es herramienta y el dolor genera hastío, ellos, los que para poder comer y tener al menos el esbirro de esperanza necesitan trabajar 12, 18 o hasta 20 horas al día serían nuestros consumidores perfectos, pero ¿cómo introducimos la droga nueva a sus vidas? Pues precisamente a través de sus necesidades.

Si reducimos los sueldos lo suficiente desde el empresariado y con ayuda del Estado permitimos que la inseguridad laboral sea una norma, podemos entonces no solo esclavizarlos sino además generar, artificialmente, una necesidad de energía y anestesiantes para el cuerpo. Y así es como tenemos listo un mercado y un ciclo de producción perfecto para hacernos millonarios a costa de la vida de millones de personas.

Este es el caso de los jornaleros del sureste mexicano y su relación con el crack en México, sin embargo el ciclo es precisamente el mismo para los derivados sintéticos de los opioides en USA. Mientras en México los jornaleros consumen crack motivados por los terratenientes para así poder aprovechar su trabajo y engordarse los bolsillos en USA los mayores consumidores de heroína son militares retirados con problemas psicológicos como el estrés post traumático.

En la Ciudad de México el cristal se está popularizando peligrosamente rápido entre la comunidad LGBBTTTIQ+ y esto tampoco es una casualidad. Muy por el contrario es una muestra de que el modelo económico considera algunas vidas como menos valiosas que otras dependiendo de qué tan en privilegio podemos desarrollarnos o nacer.

Un sistema económico endeble e inestable como el neoliberalismo necesita apagar los fuegos de la rebelión antes de que estos puedan comenzar a permear. ¿Qué sería de este mundo enajenado si un militar nos hablara lúcidamente de las atrocidades de la guerra que el Estado perpetua apoyado por las industrias de armas? ¿Cómo nos tragamos el cuento de los derechos alcanzados si una persona de la comunidad nos habla de violencia de todo tipo por su orientación sexual? ¿Cómo nos tragamos los cuentos de la meritocracia si un pobre nos hablara de su explotación y como el sistema lo ha condenado a la pobreza?

¿No es acaso que todo eso nos podría realmente afectar y convencer de la urgente necesidad de cambiar las cosas?  Pero, tal vez si todos estos testimonios no vinieran de personas sino de yonkis que no tengan lucidez que nos permitan descalificar su crítica por su adicción e incluso usar la misma como arma contra su propia existencia… Entonces tendríamos el plan perfecto para que nadie pueda salir de la narrativa.

El negocio de las drogas no solo recae en la venta ni mucho menos en la compra de sustancia, recae en quienes se ven beneficiados de que los yonkis existan, en quienes en México venden las mercancías que los nuevos adictos al crack crean o recolectan de la tierra, del Estado norteamericano que sacando a las manzanas rebeldes de sus filas pueden seguir teniendo un culto entero a la militarización y así sostener su economía y su hegemonía intervencionista, en los grupos conservadores que no toleran la existencia de la diversidad y que buscan una justificación de su homofobia a través de la adicción de la comunidad.

Entendamos entonces que los yonkis no son yonkis porque sí, sino que hay un diseño que exige que algunos se enganche a muerte con las drogas para que no podamos, todos, despertar de este sueño idílico en el que mientras más abrimos los ojos es más una pesadilla insoportable que algo medianamente funcional.

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