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Escribir para vivir

Por Rodrigo Chávez

Esta semana han pasado muchas cosas, desde la ceremonia del bicentenario de independencia hasta los escándalos que la academia mexicana ha dado, sin embargo hoy he decidido hacer una pausa y reflexionar. Ir hacía adentro para poder continuar el camino que por estos dos años hemos labrado en conjunto, yo cada noche sentándome en el ordenador para poder redactar un texto y ustedes cada jueves para leer lo que aquí se vierte.

Esta semana me permito hablar sobre escribir, sobre ese extraño ritual que en punto de las 8 de la noche, acompañado de un litro de agua, el teclado y la música de quien crea oportunx para el texto realizo sin falta.

Escribir es, según los lingüistas uno de los vestigios que marcan el comienzo de las sociedades, la construcción del lenguaje y todo aquello que nos han enseñado en aulas a través de los años. Nos enseñan estructuras de lenguaje, signos ortográficos, sílabas y un montón de cosas más que terminan agobiandonos sobre lo que es el escribir.

A ciencia cierta a nadie le importa si escribimos en endecasílabos o si nuestra estructura es poética. Hace falta poner el acento en la persona, el que escribe lo hace no solo porque puede sino porque considera algo lo suficientemente importante como para escribirlo, para no olvidarlo, para no perderlo. Escribir es entonces un acto de intimidad más que de estructuras o de detalles académicos.

Nos enseñaron a contar las sílabas de los poemas pero no nos enseñaron a sentir lo que las letras nos intententaron expresar, quizá para muchos la sobreinterpretación de los profesores de literatura les parece innecesario y es que muchas veces lo es, pero cuando uno lee cosas como;   

Por eso no te oculto que me dieron picana

que casi me revientan los riñones

todas estas llagas, hinchazones y heridas

que tus ojos redondos

miran hipnotizados

son durísimos golpes

son botas en la cara

demasiado dolor para que te lo oculte

demasiado suplicio para que se me borre.

No podemos sino entender que esa plática tiene que ver con la tortura, con el dolor de los golpes pero el dolor del alma también, el hastío y el cansancio. ¿A quién le importa cuántas sílabas tiene o cuál es el ritmo correcto de leerlo? A mí me importa sentir esas letras, sentir la desesperación en carne propia.

Nos han dicho que la lectura debe de ser un pasaje a mundos inimaginables y estoy de acuerdo pero a la vez me preocupa lo poco que nos motivan a escribir, vamos por ahí con un puñado de reglas y especificaciones que nos exigen para creer que un texto es bueno y cada vez que escribimos terminamos enfocándonos tanto en los detalles que olvidamos que escribir es crear.

Nadie nos ha dicho que escribir es una forma de hablar primero con uno, que redactar es ponernos la cabeza en orden y al mismo tiempo es bajar a las mazmorras de la misma para encontrarnos desnudos. Vamos a bocajarro a toparnos de frente con una parte de nosotros que no sabemos como es. 

Cuando uno tiene una hoja en blanco tiene un espejo que no lo refleja pero a medida que uno va transformando ese espacio en suyo va descubriendo, capa por capa, que uno no es solo lo que cree que es, que guardamos dentro de nosotros un puñado de voces que nos marcaron, las canciones que escuchamos pero sobre todo los sentimientos que llevamos.

Es mentira que la escritura se haga desde lo bello, a veces escribimos de rabia, a veces como una forma de encontrar desahogo a un grito, a veces escribimos desde el más profundo dolor. Escribir es darle forma a aquello que nos cala el alma, que nos despierta sentimientos y que no podemos o no encontramos la forma de expresar.

Todo lo que tiene que ver con hablar se puede escribir pero no todo lo que se escribe se puede hablar, la escritura es algo más profundo, claro que podemos hablar de cosas divertidas y chuscas así como deberíamos sentirnos suficientes al escribir de ellas. ¿Quién nos ha metido en la cabeza que para escribir hay que ser brillantes?

La brillantez en los textos tiene que ver con descubrir el motivo de escribir y cuando pensamos en eso descubrimos que al hacer la lista de las compras estamos haciendo más que escribir, cuando escribimos la lista de lo que hay que comprar para la comida necesitamos saber que vamos a preparar, como se hace y finalmente ponemos sobre nuestra cabeza una meta tangible.

Escribir es, en cualquier presentación, la necesidad de llevar una idea a un papel para poder terminar una tarea, una tarea que puede o no ser grande pero que al final del día es una tarea que va a concretarse. Vaciarnos estas ideas sobre el papel nos van acercando a lo que queremos hacer, así lo hace el ama de casa con la lista de la comida como lo hizo Marx con el sueño revolucionario.

Escribir para vivir, para sentir, para permitirnos ser y sobre todo para comprendernos entre nosotros, con los otros. Escribir es permitirnos abrir la cabeza y el alma, es mostrar las ideas pero también las heridas. Escribir es un acto de demostración, como el que en una presentación performática se desnuda y se muestra. Escribir es desnudarnos.

¿Cómo empezamos a escribir? Haciéndolo, sin esperar crear el próximo Quijote ni una vanguardia artística, mucho menos un texto suficiente. Escribir no debe tener un juicio de valor que lo encierre dentro de cajas, escribir debe ser un ritual personal que nos permita explorarnos.

No existe texto bello ni texto insuficiente, dejemos los detalles a los arquitectos del lenguaje, que los poemas los escriba la gente y los estudien los filólogos, que las novelas salgan de quien sea y que los literatos después, encerrados en sus paredes de academia y culto las califiquen pero que eso no nos límite. Porque aún en lo que nos van diciendo que no hay belleza hay una persona mostrándose.

Porque lo bello de la escritura es que existe, porque lo increíble de escribir no es el detalle sino el hacerlo, es lo que abrazamos y descubrimos cuando lo hacemos, es lo que la gente entiende o quiere entender de ello y no lo que rima o suena bien. 

Escribir para vivir es una forma de encontrarse entre hojas en blanco a las que vamos vertiendo lo que somos.

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