top of page

Último apunte sobre el duelo

Por Melissa Cornejo

Este texto no pretende profundizar en aspectos técnicos, objetivos o especializados sobre el duelo. Tampoco tiene como finalidad ser una guía, sino, tan sólo, una especie de reflexión en voz alta.

Los últimos seis meses he dedicado mi espacio en esta casa para escribir y describir mi duelo. En parte para compartir, en parte para volcar aquí todo lo que llevo dentro: como hablar frente a la pared en una casa deshabitada, pero sin eco.

Es por todo lo anterior que hoy me dispongo a traer en palabras el único cambio significativo que he sentido en meses. Como la persona que pretende que un esqueje eche raíces en un vaso con agua y lo observa con fe, con anhelo que raya en la locura. Y después de tanto, por fin descubre un brote de vida.

Cualquier persona que haya experimentado una pérdida significativa, -sentencia que bastaría con decir: ‘’cualquier persona’’- estará de acuerdo conmigo si digo que al estar inmersos en la desesperanza es fácil pensar que nunca más la vida se sentirá como la vida, que jamás habrá manera de que este mundo hostil parezca un poco habitable otra vez, que no existirá manera de respirar sin sentir que astillas de fibra de vidrio se colaron en nuestros pulmones. No como berrinche, no como castigo autoimpuesto: sino como creencia genuina.

Y en honor a la verdad y por respeto al sufrimiento humano, confieso que todo eso es cierto. Todo eso es real, hasta que deja de serlo. Porque un día cualquiera, no el de número más bonito, ni el del mes más significativo. Un día, el que sea, te das cuenta de que la mente comenzó a hacer las paces con la vida, así, sin pedirte permiso, ni entregarte acuse de recibo. Un día miras hacia adentro y te das cuenta de que el duelo ocupó un sitio estratégico entre las costillas para dejarte respirar un poco más hondo y permitirte reír de verdad, sin sentir que traicionas a la tristeza.

bottom of page