top of page

Envejecer

Elsa Flores 

He mirado tanto tiempo a través del espejo intentando imaginar una vida que se mostrará en la piel que se me olvida, en ocasiones, vivir. Hace unos año escuche que a los treinta cobras factura de tus veinte, comencé una búsqueda de mecanismos para que mi rostro permaneciera siempre joven, como si el cambio fuera algo penado para mí, nosotras, quienes al asomar la cabeza al pasillo de cremas siempre encontramos filas con múltiples instructivos dependiendo qué es lo que una necesita o desea para mantener la belleza de un rostro firme, luminoso y perfecto. Mantenernos siempre consumibles ante ellos nos otorga un reconocimiento que sólo aporta a su construcción de masculinidad, pues es ésta quien demanda mujeres siempre jóvenes como símbolo de reproducción  y poder patriarcal que se liga a la reproducción sexual y, por ende, a la familia. Esta última como punto central en el cual las mujeres desenvuelven roles preestablecidos con el fin de su sometimiento, deterioro y olvido. Sin embargo, este mandato de eterna juventud los varones no lo poseen al ser parte activos de la esfera pública, se reservan sus obligaciones como padres, esposos, compañeros y amigos con tal de ejercer sin represalias su derecho sexual, no ha sido acaso considerado como parte de la ‘‘cultura y costumbres’’ que varones mucho más mayores se casen con mujeres muy jóvenes, siguen existiendo lugares en el mundo donde las niñas son vendidas a ancianos quienes abusan de ellas para que les otorguen herederos.

He mirado tanto tiempo a través del espejo intentando imaginar una vida que se mostrará en la piel que se me olvida, en ocasiones, vivir. Hace unos año escuche que a los treinta cobras factura de tus veinte, comencé una búsqueda de mecanismos para que mi rostro permaneciera siempre joven, como si el cambio fuera algo penado para mí, nosotras, quienes al asomar la cabeza al pasillo de cremas siempre encontramos filas con múltiples instructivos dependiendo qué es lo que una necesita o desea para mantener la belleza de un rostro firme, luminoso y perfecto. Mantenernos siempre consumibles ante ellos nos otorga un reconocimiento que sólo aporta a su construcción de masculinidad, pues es ésta quien demanda mujeres siempre jóvenes como símbolo de reproducción  y poder patriarcal que se liga a la reproducción sexual y, por ende, a la familia. Esta última como punto central en el cual las mujeres desenvuelven roles preestablecidos con el fin de su sometimiento, deterioro y olvido. Sin embargo, este mandato de eterna juventud los varones no lo poseen al ser parte activos de la esfera pública, se reservan sus obligaciones como padres, esposos, compañeros y amigos con tal de ejercer sin represalias su derecho sexual, no ha sido acaso considerado como parte de la ‘‘cultura y costumbres’’ que varones mucho más mayores se casen con mujeres muy jóvenes, siguen existiendo lugares en el mundo donde las niñas son vendidas a ancianos quienes abusan de ellas para que les otorguen herederos.

¿Cuántas veces nos dirigimos en automático al baño para untar esa mascarilla de dudosa procedencia solo porque dice que dotará a la piel de un sin fin de beneficios? o ¿Nos encontramos por la noche reproduciendo un video sobre masajes alrededor de los ojos para que no se nos noten las arrugas de expresión, gastamos miles de pesos en cierto tipo de ropa que está en tendencia para poder seguir siendo ‘‘relevantes’’? Se piensa en la vejez como una etapa de la mujer en la que se vuelve una carga; ya no es bella, ya no es fértil, ya la piel no puede prevenir su caída, la vida se acabó antes de que nosotras corriéramos por última vez los párpados.

La juventud no es símbolo de belleza, sino de crecimiento en el cual desenvolvemos cada uno de los pliegues al sol acumulando risas, lágrimas, preocupaciones, sorpresas, tristezas, enojos, duelos, heridas, cicatrices, suspiros que nunca se acaban, amor y nuestro nombre. Ojala se nos entendiera como parte del tiempo y no como sustento de él.

bottom of page